Desconsuelo y Soledad
de Enzo Oliva
Espacio de Arte
Fundación Osde
La Plata. Diciembre 2011
Como un desliz o un deslizamiento incontrolable Enzo bucea con colores vivos, brillos, transparencias y naipes, el universo insondable de la inseguridad vital. La incertidumbre que se percibe cuando la suerte parece estar echada, como juego, adicción o desgracia. Cuando el azar - guía de rumbos inciertos, e impredecibles- nos enfrenta a la finitud, la temporalidad, y la desolación -límites infranqueables de plazos tan inexorables como desconocidos- Cuando las aguas y los suelos separados desde tiempos bíblicos se confunden, para que nazca el espanto al temblor de la tierra o al desborde del océano. Cunas del tembladeral de la existencia, del miedo a lo desconocido por impredecible, a la desaparición de lo familiar, de lo cotidiano (curioso inventario de l rutinas que conforman nuestra seguridad ilusoria).
Quizás la fascinación del juego de azar –dados, naipes o sorteos- sea enfrentar lo impredecible, con una vana esperanza no descartable. Desafiar lo que nos es dado sin pedirlo ni obtenerlo, como la mismísima vida o las cartas de las barajas que se otean, se conjeturan, se esperan, pero no se eligen. Si fuese así, Enzo nos juega extrañas partidas que desconoce.
Usa su lenguaje de palabras, dibujos y colores y fabrica olas de acrílico. Amontona casas orientales construidas con naipes de occidente. Habitaciones que de un lado contienen números, reyes, damas y caballeros, picas, tréboles, corazones, y diamantes rojos y negros. Y en el anverso (aquel que todos vemos), filigranas idénticas. Naipes que tal vez hayan jugado innumerables suertes en partidas únicas e irrepetibles como nuestras biografías. Enzo nos enfrenta así a la incertidumbre nuestra de cada día. El pretexto: un tsunami que desvasta un pueblo industrioso y disciplinado. Una fuga nuclear, un escape incontrolado, en la isla que habitan los herederos de Hiroshima y Nagasaki. Importa poco el tema, imagino. Lo relevante es lo incierto nuestro de cada día que Enzo surfea, como un skater que se desliza y explora, las líneas recurrentes que marcan los tiempos y las horas de destinos que desconocemos.
La Pecerade Enzo Oliva
Museo Provincial de Bellas Artes
Agosto 2010
Agosto 2010
Enzo Oliva instaló en el Museo Provincial de Bellas Artes una pecera: su pecera. La pecera nuestra de cada día. Dispuso un sillón en medio de ella y peces boquiabiertos, lúgubres e iluminados que, en cardumen, se esparcen por una pared. Enfrentó (además) dos cuadros con jardines infinitos. Uno transparente permite otear desde afuera las entrañas de su instalación.
Imaginó el lugar con materiales que lleva, desde hace ya tiempo, en su mochilla. Telas plásticas transparentes, radiografías que pinta, recorta y raya. Capas y capas de laca que dejan ver los jeroglíficos con los que Enzo habla al pintar, o al jugar (pintando). Extrañas claves que son palotes (que vaya uno a saber que cuentan), palabras o sílabas (que vaya uno a saber que narran o balbucean), calaveras (que se disciplinan de modo lineal y prolijo), magistrados de toga incierta que dispone, ahorcados, en fila. Parecen pendular, sin límites precisos, en napas de lacas multicolores.
Las transparencias de Enzo brillan, espejan y se reflejan. Se multiplican. Cuentan y recuentan. Ponen policromía y enigma a las tragedias, a los encierros, a los ahogos. Son a su modo, un tubo de oxígeno o un snorquel cuando debemos vivir en una pecera sin escafandras.