martes, 19 de julio de 2011

Los sueños de los niños, o las muñecas de Chela


(Serie fotográfica registrada a la vera del camino ribereño de Punta Lara en proximidades del Fuerte de Barragán. Trabajo en curso)



Chela junta muñecas y cabezas de muñecas.
Las dispone en su jardín
A la vera del camino
A la orilla de un río.
Fabrica un paraíso terrenal
Con enanos y santos
De pueblo o de altar.
Las pinta de rojo.
Las maquilla con hollín.
Les coloca gorros, guirnaldas.
Y anteojos rotos
O inservibles.
Las cubre de lluvias
E intemperies
Con nylons, paraguas
y sombrillas viejos.
“Son los sueños de los niños”
Dice Chela
(Con sus ojos verdes
Su hombro tatuado
Y su abuelidad a cuestas).
Sueños de niños
Que habitan caras de muñecas
Insomnes.
Tal vez se inunden
si el río crece
Hasta la cintura de Chela.
Navegarán entonces los sueños
De los niños
Hasta que Chela los recoja
En cualquier orilla.
Y vuelva a adornarlos
con hollín o fuego
O ribetes rojos
O colores patrios.

































































domingo, 6 de septiembre de 2009

Las pausas y los otros (memento de las estaciones de servicio)

Cuando la ciudad se vio inundada de automóviles, cuando las veredas ya no alcanzaron para albergarlos, ni el aire para tolerar tanto monóxido, ni las casas antiguas para demolerse y dar sitio a estacionamientos medidos por hora, fracción o estadía, las estaciones de servicio se fueron apagando una a una. Como si tantos vehículos deglutiesen combustible hasta secarlas. Murieron sus neones, sus car wash, repuesterías, mini shops, maxiquioscos, y hasta los cafés que se pagaban en la caja y se sorbían en la vidriera. Los surtidores enroscaron sus mangueras. Luego (sin retorno) se retiraron. Más tarde las tapas de los depósitos de combustible desparecieron, los vidrios de las vidrieras se estrellaron, y las paredes se convirtieron en soportes de graffittis, carteles y pintadas de toda laya. Fueron alambradas, enrejadas y amuralladas con tabiques de cemento, viejas chapas de zinc, o carteleras inmensas que le devolvieron a la manzana su ochava y su línea municipal, y a los peatones affiches que cambian, se superponen, se rasgan y un buen día resucitan. Otras subsisten como lavaderos, o gomerías o playones en los que los automóviles esperan cualquier cosa menos carburante alguno. Sitios de estadía precaria. De espera. Ordenadas chacaritas por tiempos cortos. Supe verlas florecer cuando un peso era un dólar, los cajeros automáticos se refugiaban bajo sus techos, pululaban las palabras en inglés, todo era for sale, las viejas rebajas 10 o equis por ciento off (just like now, oh! My god!) y la “gente” una entidad salida de una revista, que no se traducía por people, pero cuya voz monopolizaban comentaristas y representantes. Solían ubicarse en las esquinas como una fisura de la cuadrícula hispánica. Como una caladura desmesurada e impertinente que taponaba toneles de naftas y gasolinas. Hoy las miro con nostalgia. Evoco las que han sido abandonadas a la vera de caminos por los que se circula poco y conservan desvaídas letras que aun toleran inclemencias: ACA, o YPF rodeada de una escarapela circular, sin pliegues. Rememoro rutas sin rumbos y tarjetas sin créditos ni débitos. Este es un tiempo sin estaciones y sin servicios, sin pausas y sin otros.